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El peligro no es la “ideología de género”, es el fundamentalismo discriminatorio.

  • Camila Hernández
  • 20 dic 2016
  • 4 Min. de lectura

A raíz de la propuesta hecha desde el Ministerio de Educación para reformar el manual de convivencia de los colegios, buscando que, bajo el mandato de la Corte Constitucional, fueran más tolerantes e inclusivos, se dieron una serie de discusiones y controversias que dejaron como resultado una campaña embelesada en contra de la “ideología de género”, como una suerte de fenómeno que homosexualizaría a la sociedad, especialmente a los niños y a las niñas, y destruiría la moral cristiana de las familias colombianas.


Fue tan apoteósica la labor de los grupos religiosos en contra de la dichosa “ideología de género” que se llegó a rechazar incluso el enfoque de género* propuesto en el primer Acuerdo de Paz de La Habana, y como parte de la renegociación fueron incluidas las peticiones de estos grupos al respecto. Lo más controversial de este hecho es que nuestra guerra no estalló por disputas en torno al matrimonio igualitario, ni sobre la identidad sexual más “idónea” para preservar el núcleo de la sociedad colombiana, o nada que se relacione con el tema, por tanto, esto no debería discutirse en una mesa de negociación encaminada a la terminación del conflicto armado en Colombia.

El término “ideología de género” se ha utilizado por grupos religiosos para desvirtuar teorías políticas y sociales que se han esforzado por demostrar que el género es una creación social, y no está necesariamente ligado con las características biológicas con las que se nace. Es decir, el hecho de ser mujer y parir, no hace que sea responsabilidad de las mujeres criar a los niños. Una cosa es el sexo biológico: femenino (XX), otra cosa es el género: mujer, y es a raíz del género que se crean roles sociales: la mujer cuida a los hijos y vela por la familia, y ese es casi su fin último.

Además, teorías como las de Virginia Woolf o las de Simone de Beauvoir, entre muchas otras que se satanizan bajo la “ideología de género”, buscan visibilizar la situación de opresión en la que viven mujeres y LGTBI en razón de las características de inferioridad que se les han dado a sus géneros, y proponen que lo urgente es cerrar las brechas de desigualdad que existen en virtud del género. No buscan que a los niños les gusten otros niños ni que las niñas se enamoren de sus amigas, buscan que los hombres respeten a las mujeres, no porque pueden ser sus hermanas o madres, sino porque son seres humanos con las mismas capacidades, oportunidades, derechos y deberes.

Ninguna de las teorías en pro de la igualdad de género plantea qué tipo de sexualidad es la más adecuada, como argumentan erráticamente los grupos religiosos que se oponen al enfoque de género y lo hacen pasar por una ideología maléfica que tiene la capacidad de inocular un virus en la mente de los pobres e indefensos infantes. Lo que ha llegado a considerarse gracias al esfuerzo y la lucha que se han emprendido socialmente como consecuencia de los planteamientos de las teorías feministas, es la necesidad de implementar un enfoque de género, que no tiene la capacidad de “heterosexualizar” ni “homosexualizar” a la sociedad, porque como su nombre lo indica, no es una ideología, ni una creencia, ni una secta, es un enfoque, es una de las lupas con las que se deberían mirar y entender las sociedades para curarnos de la ceguera social.

Además, este tipo de discursos y consideraciones religiosas sobre temas transversales para el desarrollo social pone en riesgo la conquista de los Estados laicos, y como advertía Umberto Eco, “se ha reabierto el contencioso poscavouriano entre la Iglesia y el Estado y, hablando de retornos casi a vuelta de correo, está regresando, bajo distintas formas, la Democracia Cristiana.”. Y, ciertamente, como menciona el mismo autor, han reaparecido los fundamentalistas cristianos bajo diferentes formas para arrebatar las libertades imprescindibles que procuran por sociedades equitativas.

Así las cosas, el rechazo al enfoque de género, travistiéndolo en la “ideología de género” y satanizándolo a más no poder, deja ver algo más cruel e indignante que ‘pervertir’ a los niños o ‘poner en riesgo la honrosa moral cristiana’. Pone de presente que Colombia es una sociedad profundamente machista, homofóbica y sexista, que no está interesada en que los homosexuales accedan a los mismos derechos que los heterosexuales y que cree que las mujeres siguen estando por debajo de los hombres, todo esto en virtud del género.

Entonces, lo realmente peligroso en nuestro país no es que en los colegio o en los acuerdos de paz se implemente un enfoque de género, sino los alcances que puede tener el fundamentalismo discriminatorio que sigue reforzando la segregación en virtud del género, la raza, la clase social, e incluso la religión. Y lo verdaderamente maquiavélico de este caso es que los grupos religiosos, usando un discurso del odio disfrazado de buenas intenciones, movilizaran masas supuestamente a favor de los derechos de los niños y de la conservación de la autonomía de los padres a formar sus hijos. Pero, ¿dónde estaba esa horda furiosa de cristianos luchando por los derechos de Yuliana Samboní? La lucha no era por los derechos de los niños, era en contra de los derechos de los homosexuales.

Hay que replantear el sistema moral que tenemos en Colombia, tener en cuenta, validar y apreciar las identidades latentes que describía Talcott Parsons, porque ellas intervienen e influyen sobre la conducta de los ciudadanos entre sí. Se tienen que destruir los códigos morales que nos han hecho creer que hay seres humanos superiores a otros, si no desaprendemos esa idea, la guerra, no solo en este país sino en el mundo entero, va a transformarse pero nunca se va a acabar. Como decía Judith Butler “cualquiera que sea la libertad por la que luchemos, debe ser una libertad basada en la igualdad”.

* “(…) el enfoque de género hace parte de los llamados “enfoques diferenciales”, que no son una novedad del acuerdo, sino que son una consecuencia del principio de no discriminación, establecido en la Constitución y en los pactos de derechos humanos, y que por ello han sido usados en Colombia y el mundo desde hace años.” (Uprimny, 2016)

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